Crónicas de un Pueblo

Los Hinojosos
"Mi pueblo se encuentra rodeado de tierras suaves y severas, con colores tersos y trazos suavemente perfilados. Entre sus rastrojeras y barbechos, en sus nobles caserones con pétreo escudo de armas, no se da el tipismo y el folklore de la sangría, de las castañuelas y de la paella en lata."

VII. LA COFRADÍA EN EL SIGLO XIX


  Durante los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, reinaba en España Carlos IV, (1788-1808), hombre de buenas intenciones pero que carecía de las condiciones necesarias para gobernar. Por este motivo, fue sustituido en tal menester por don Manuel Godoy, personaje funesto por sus continuos desaciertos. Basta recordar la firma del Tratado de Basilea (1795), en virtud del cual España tuvo que ceder a Francia la isla de Santo Domingo. Poco tiempo después firmó con aquella nación un nuevo tratado, a consecuencia del cual entramos en guerra contra Inglaterra, en la que la Escuadra Española tuvo que unirse a la francesa, siendo ambas destrozadas por la Escuadra Británica en la batalla naval de Trafalgar (21 de octubre de 1805), en la que perdieron la vida nuestros marinos Churruca y Gravina.  En 1808, con pretexto de pasar a Portugal, los ejércitos franceses penetraron en España y se apoderaron arteramente de Figueras, Barcelona, Pamplona, San Sebastián y Madrid. Con el levantamiento del  2 de Mayo de ese mismo año se iniciaba la Guerra de la Independencia Española que finalizaría seis años después, el día 10 de abril de 1814. Nada más comenzar la contienda, el poder legítimo español lo ostentó la Junta Central, instalada primero en Aranjuez y Madrid, más tarde en Sevilla, y luego en la Isla de León donde se formó en Consejo de Regencia.

 En 1810, en cumplimiento de lo ordenado por dicha Junta, las joyas de la Virgen del Carmen, junto con las de las Patronas de las otras Cofradías y los objetos de plata de la Parroquial de San Bernabé, fueron trasladadas a la Carolina por un Comisionado, con dos caballerías y un mozo. Era Regente de la Jurisdicción, por aquellas fechas, don Tomás de Perea. En el traslado se gastó la Fábrica de la Parroquial ciento ochenta y seis reales. Seis años más tarde, siendo Alcalde de primer voto y por su estado noble, don Marcelino Ruiz, fueron traídas de Infantes, lugar donde, por Orden Superior, estaban depositadas por seguridad, y de la misma Orden se envió a por ellas a los soldados Hermenegildo de la Huerta y Joseph Madero, a quienes se les pagaron cien reales. 

Además de este episodio de las joyas, en el siglo XIX ocurrieron en la Hermandad otras hechos  dignos de ser reseñados: El traslado definitivo de la imagen de la Patrona a la iglesia parroquial, la redacción, revisión y aprobación de sus nuevas Constituciones, la organización de las primeras corridas de toros en las fiestas, y la crisis sufrida tras la Revolución de 1868.

Desconocemos, por falta de documentación, cuándo fueron trasladadas a la iglesia las imágenes de la Virgen, de San Antón y de San Andrés. En principio consideramos que pudo ser después de la publicación del Decreto del 8 de Marzo de l836, siendo Ministro de Hacienda don Juan Álvarez Mendizábal, en virtud del cual le fueron expropiadas a la Iglesia todas sus propiedades, y suprimidos los Diezmos y Primicias, pasando los gastos de culto y clero  a ser pagados por el Estado, pero posteriormente hemos comprobado que la Iglesia comenzó a desprenderse de sus bienes mucho antes: la Cofradía de las Ánimas del Hinojoso de la Orden, por ejemplo, ya había vendido un pozo de nieve a Jacinto Collado, vecino del Hinojoso del Marquesado, por 750 reales, y una  casa-mesón, también de su propiedad, a don Vicente de Mena y Vado, por 253 reales, según consta en los recibos extendidos por don Alfonso García Texero, Comisionado Subalterno de la Comisión Gubernativa del Consejo de la villa de Alcázar de San Juan, fechados el 5 de noviembre de 1804. Con fecha 21 de febrero del  año 1808, con autorización del Papa Pío VII se acordó, en España, la enajenación de la séptima parte de los bienes de las iglesias, comunidades religiosas, órdenes militares, etc., para aliviar la angustiosa situación de la Hacienda Pública. En 18l7, por el mismo motivo, la Iglesia comenzó a pagar contribución por sus tierras. El poco rendimiento de éstas, arrendadas desde 1813, y la nueva carga tributaria determinó que la Autoridad Eclesiástica permitiera la venta de algunas de ellas, entre las que se encontraban las de la ermita de San Antón. En 1822 fue  desarmado el altar,  y el retablo de dicha ermita, y trasladado a la de Nuestra Señora de la Concepción, sita en la plaza principal, llamada de la Constitución en 1836. Al año siguiente, la Fábrica de la Parroquial vendió dos tierras-olivares por 2.459 reales, y Cándido Ramírez, vecino de la Villa, se quedó con un pozo de nieve y un solar de la iglesia por 480 reales. Con estos datos, es razonable pensar que el traslado de la imagen de la Virgen del Carmen al Templo Parroquial, se realizara antes de desmontar el retablo de la ermita de San Antón, labrado para su altar por Juan Bautista Bizcani en 169l.

 La imagen de la Patrona fue instalada en el altar de la antigua capilla de los Tapia (más tarde conocida como de los Perea), de cuya fundación y capellanía tenemos conocimiento por el Auto redactado con motivo de la Visita realizada el día 28 de julio de 1574, por los señores don Diego López Mexía y el Doctor Lorenzana, Caballero y Visitador General respectivos del Orden de Santiago, siendo Cura Propio de la Parroquial, don Juan Carrillo de Ávila. De dicho Auto transcribimos literalmente el párrafo que a ella se refiere:

 Queriendo los dichos señores Visitadores entender la dotación que tiene la capilla que está a la parte del evangelio de la Iglesia Parroquial desta Villa, que se dice de los Tapia, mandaron parecer a el Bachiller Moreno, Clérigo del Orden de San Pedro, Capellán de dicha capilla del cual, y por lo que se vio por el libro de la Visita pasada, parece que la dicha capilla es de la vocación de Ntra. Sra., y fueron sus fundadores Gonzalo de Tapia y Elvira de Perea, difuntos, para la cual dejaron un molino y ciertas hazas a el rededor de el término de Villamayor, en el rio Zigüela, que se llama añador, con cargo de tres misas cada semana y de trescientos maravedises que ha de dar cada un año para el reparo de la dicha capilla, el cual, dicho  Bachiller Moreno, capellán, declaró de bajo juramento, cumplir las dichas misas e cuando ha sido menester algún reparo en la dicha capilla, aberlo hecho en mas cantidad de la que les obligado, e asi lo declaro Juan Gordo, Clérigo Capellan, de la dicha Iglesia, a el qual se le mandó esibiese el titulo y oblacion que tiene de la dicha capellania, el qual lo esibio firmado por Julian Ramírez, Prior que fue del convento de Ucles, y de Juan de Loja, Notario, su fecha en la villa del Toboso a cinco de diciembre de quinientos y cinquenta años, en la qual dicha oblacion parece que Gonzalo de Tapia, vecino de la villa de Alcazar de Consuegra, patron de la dicha capellania, nombró y presento por capellan de ella a el dicho Bachiller Moreno, e a el presente se averiguo ser patrona de la dicha capilla Francisca de Perea, vecina desta dicha Villa, e asi mismo sentendio y averiguo de bajo juramento, aber dicho Bachiller Moreno gastado en el reparo del dicho molino trescientos ducados y estar a el ,presente bien reparado, lo qual declararon el dicho Juan Gordo e Alonso Zarco, Mayordomo.

Instalada la  imagen de la Virgen del Carmen en la antigua capilla de los Tapia, junto a las de San Antón y  San Andrés, la Hermandad se ocupó de adornar y engalanar el altar. En el año de 1846 al de 1847, siendo Capitán, Antonio García, y Alférez Gabriel Ramírez, fue colocada una puerta vidriera en la hornacina de la Virgen, hecha por el maestro carpintero Mariano López, y herrada por Gregorio Madero, que también forjó cuatro barretas, dos para las cortinas, y otras dos, con escudos en sus extremos, destinadas a sostener dos arañas de bronce.

 La Cofradía de la Virgen del Carmen, a pesar de que hubo un tiempo en el que se afirmaba lo contrario, nunca tuvo que pagar una especie de alquiler a la Fábrica de la Parroquial por tener instalada a su Patrona en dicha capilla. No era la única capilla que había en el templo, estaban además las capillas de las Hermandades de San Bernabé, de la Vera Cruz, del Santísimo Sacramento, de Nuestra Señora del Rosario, y la de las Benditas Ánimas del Purgatorio. Todas estas ellas cubrían todos los gastos ordinarios, como los extraordinarios que pudieran surgir, con sus fondos particulares constituidos con las cuotas de los cofrades, las donaciones de los devotos y las limosnas allegadas durante las misas de los días de precepto. Eran tantos los bacineros de uno y otro sexo que en ellas actuaban, que los Visitadores don Diego López Mexia y el Doctor Lorezana, en su Auto de fecha 31 de julio de 1.574, dispusieron:

  .. Aviendo visto e sydo ynformados de la pesadumbre e inquietud que causa a los que estan el dia de la fiesta oyendo los oficios divinos en la yglesia parroquial desta villa las muchas personas que se levantan a demandar lymosnas en el entretanto que la misa se dice y los oficios divinos se hacen, y la yndevocion que causan, mandamos que de aqui en adelante tan solamente despues de aver el sacerdote alzado la ostia por tercera, se lavanten a pedir los que tienen la demanda de la yglesia y Sacramento y animas del purgatorio, y las demas demandas se pongan a pedir a la puerta de la iglesia sin andar dentro de ella como hasta aquy, lo que mandamos ansy guarden y cumplan so pena de quatro reales para las obras pias...... .

Las Hermandades, además, disponían de todos los servicios comunes del templo y se beneficiaban de las obras de reparación y conservación que en él se realizaban, por este motivo, todas pagaban a la Fábrica de la Parroquial, una pequeña  cantidad, variable de una Hermandad a otra según sus posibilidades, para ayudarle a cubrir los gastos que dichos servicios ocasionaban.

En el mes de agosto de 1848, el Gobernador Eclesiástico del Priorato, había confirmado y aprobado los nuevos Estatutos redactados por el Párroco don Andrés Tejedor. La Constitución décima quinta prohibía extraer de los fondos de la Hermandad cantidad alguna que no fuera para el ornato de la imagen o de su altar, pero sí autorizaban contratar un tambor y un dulzainero para que fueran tocando delante de las procesiones y, fuera de ellas, lo hicieran también por las calles del pueblo para, de esta manera, anunciar la solemnidad de las fiestas, y la tradicional salva de cohetes y pólvora en la noche de la víspera, después de la Salve, pero la cantidad de dinero que podían gastarse en este concepto estaba fijada por la Autoridad Eclesiástica.

Las Constituciones por un lado y las disposiciones de los Prelados por otro, impedían a los oficiales mejorar y dar más vistosidad a las fiestas. Cuando los cofrades decidieron sacarlas de su ancestral rutina, idearon y pusieron en práctica un procedimiento que les permitió introducir nuevas atracciones sin contravenir los reglamentos ni los mandatos a la sazón vigentes: La Hermandad organizó una Comisión encargada de organizar una función especial de pólvora, música y toros para las del año 1850. La Comisión, oficialmente, era ajena a la Cofradía. Los fondos necesarios los allegaba  pidiendo donativos de casa en casa. Con lo recaudado hacía la función especial, y una vez acabadas las fiestas, los comisionados presentaban su liquidación a la Junta sin que de ella quedara constancia en el libro de cuentas. No hace falta decir que la Comisión contaba con el respaldo económico de la Hermandad si sus componentes eran alcanzados en la liquidación final.

La primera Comisión que se organizó estuvo presidida por Don Marcos Chacón y hubo de recibir de la Cofradía trescientos setenta y seis reales para  el completo pago de los gastos por no haberse presentado comprador para los 17 celemines y 2 cuartillos de anís, y 35 cuartillos de trigo recio que estaban destinados para aquel objeto y que, a cambio de la citada cantidad, quedaron en beneficio de ella.

 Pasadas las fiestas de 1851, la Junta  celebró una reunión para la revisión de las cuentas presentadas por la Comisión, nombrada ese año para la organizar la función extraordinaria. En ellas resultaba que el recogido total fue de 1345 reales, 11 maravedises, 1 fanega, 5 celemines y 2 cuartillos de anís que, como sucedió en el año precedente, no pudieron venderse por falta de comprador. Los gastos ascendían a 1828 reales, con un déficit de 482 reales y 23 maravedises. La Junta tuvo en consideración que todo aquel gasto fue en obsequio de Ntra. Sra. y más aumentar su culto, acordó que esta cantidad se sacara del fondo particular de la Cofradía, quedando a favor de ella el anís no vendido. 

 Al año siguiente, 1852, la Hermandad estrenó una bandera, cuyo costo fue de 605 reales y 12 maravedises. También hubo función extraordinaria, para la cual  la Comisión allegó 1492 reales y 24 maravedises. Los gastos ascendieron a 1872 reales y 22 maravedises. La diferencia, 442 reales y 32 maravedises, fue pedida oficialmente por su Presidente a los señores de la Juntas, quiénes accedieron a lo solicitado vista su justa petición, porque todo era para mas solemnidad del día de Ntra. Sra. 

La función especial de pólvora, música y toros tuvo tanto éxito que entró a formar parte, de forma definitiva, de los festejos populares, siendo raro el año que, de entonces acá, no se hayan celebrado nuestras peculiares corridas de toros. El subterfugio de crear una Comisión para organizar unos festejos, cuyo costo no podía sufragar la Hermandad por disposición constitucional, fue utilizado durante varios años. Luego, la Comisión desapareció como tal, y la organización de la función especial pasó a ser cometido del Capitán y del Alférez, manteniendo el petitorio y recogida a domicilio para, así, separar los ingresos específicos de la Cofradía de lo que el pueblo entregaba a los oficiales para los festejos populares

 Las primeras rogativas previstas por las Constituciones de 1848, se hicieron en el mes de mayo del año siguiente. El origen litúrgico de estas rogativas, o letanías menores, se halla en la procesión solemne de penitencia que, en los tres días precedentes a la Festividad de la Ascensión del Señor, estableció San Mamerto, en el siglo V, con motivo de las calamidades públicas que sufrió la diócesis de Viena. El Papa León III las adoptó en Roma y, poco después, se extendieron a toda la Iglesia. Las preces que se cantaban en esta procesión eran las letanías de los Santos, los Salmos y otras oraciones. Eran suplicas o “rogativas” para apartar los castigos de Dios y atraer las bendiciones del Cielo sobre las siembras, a punto de granar, de donde, ayer como hoy, se había de sacar el pan para todo el año.

 Por aquellas fechas, el Sacristán de la Parroquia estaba encargado de la venta de los hábitos de la Virgen del Carmen que los fieles compraban para utilizarlos, llegado el momento, como mortajas. El dinero procedente de estas ventas era entregado al Párroco para su inversión en misas cantadas  a Ntra. Sra. Debieron surgir desavenencias entre el Sacristán y el Párroco, Don Diego de Peñalosa, quien tomó la siguiente decisión, según consta en el libro de cuentas:

 En la villa de Los Hinojosos, a cinco de abril de mil ochocientos sesenta y cinco, el Párroco que suscribe debe advertir que, cuando tomó posesión de esta su Parroquia, se le previno por el Sacristán difunto, Eustasio Chacón, que las mortajas que se vendía de Ntra. Sra. del Carmen, se entregaba su valor a los párrocos para su inversión en misas a dicha Sra.; no llegan a seis las que en siete años se ha entregado su valor al Cura y, como se observa, sean muchas las mortajas que ingresan todos los años, y desde el siete de agosto de mil ochocientos sesenta y tres que con mi conocimiento se dio una para un párvulo de Ramón Hernandez, nada sé  de la inversión que se las dé por el Sacristán actual, a pretexto y sin pretexto de oponerse en su lugar que dice debe tener parte e invertirse en misas cantadas; el honor obliga a consignarlo en este libro, para que dichas mortajas corran por cuenta de la Cofradía, desde cuyo día, o mejor dicho, desde el entierro del párvulo, queda hecha una renuncia formal de este derecho, y no para los Párrocos sus sucesores, pues lo hace con el fin de que administrándolo la Hermandad, cree no se defraudarán dichos productos, ni servirá de pretexto el Cura para que otros los disfruten, aunque las inviertan en fines piadosos.- El Cura párroco: Diego Peñalosa.

 La Constitución décima nona autorizaba los obsequios o convites que tradicionalmente hacían el Capitán, el Alférez y los Sargentos elegidos a sus Cofrades. En 1865, la Junta tomó el siguiente acuerdo:

 En la villa de Los Hinojosos, a veintiocho de agosto de mil ochocientos sesenta y cinco, reunidos en la sacristía de esta Iglesia parroquial de San Bernabé, el señor Cura párroco, Don Telesforo Alarcón, como Presidente de la Cofradía de Nuestra señora del Carmen, con los señores Capitán, Alférez y Sargentos, vocales de la misma, para acordar lo más conveniente para la función que se ha de hacer a Nuestra Señora del Carmen en el año de mil ochocientos sesenta y cinco, dijeron todos unánimes que, vistos los desarreglos y abusos que se venían comentiendo en la ranra, llevados de una sana intención, y deseando evitar ocurrencias desagradables entre sus compañeros y demás del vecindario, y, considerando, por otra parte, que la Autoridad local, por razones justas, ha dejado de asistir al acto llamado ranra, desde luego acordaron y acuerdan suspender dar el puñado, que hasta parecía ser de obligación y costumbre. Para que conste, lo firmamos el señor Cura, como Presidente, el Capitán, el Alférez y Sargentos. Fecha ut supra.- El Párroco, Telesforo Alarcón.- El Secretario, José Granero.

 La inestabilidad política que trajo la  Revolución de Septiembre, con el destronamiento de Isabel II, seguida del breve reinado de Don Amadeo de Saboya, y la proclamación de la República el 11 de febrero de 1873, tuvo su inevitable reflejo en la Hermandad. Las doscientas setenta y ocho familias inscritas como Cofrades en 1867, descendieron a ciento noventa y una al año siguiente, a ciento cincuenta y cinco en 1869, quedando reducidas a setenta y dos en 1870. El acta que transcribimos refleja las dificultades por las que pasó la Cofradía en aquellos turbulentos años:

En la villa de Los Hinojosos, a quince de agosto de mil ochocientos setenta y uno, yo, Don Telesforo Alarcón, Cura Párroco de la Parroquial de San Bernabé, hice comparecer ante mí, en la Sacristía de la misma, al Capitán, Alférez y Sargentos de la Cofradía de Ntra. Sra. del Carmen que arriba se expresan, e hice presente que, en atención a las circunstancias de los tiempos y que en estos dos últimos años, ni se dicen las honras generales por los difuntos, ni rogativas en el mes de mayo, ni Ntra. Sra. tiene alumbrado todo el año, como está prevenido en las Ordenanzas de dicha Cofradía, ésta podía y estaba de hecho anulada, les manifesté que imaginaran un medio para que Ntra. Sra. tuviese su función y se hicieran algunas hachas, a lo que todos de acuerdo dijeron que si el Sr. Cura quería, acompañado de José Cruz Chacón y Juan Gallego, podían salir por el pueblo invitando y recogiendo limosnas iguales a las que antes se daban por los Cofrades, para hacer la función a adquirir hachas, dando, concluida que fuere la función, cuenta del recogido y gastos, a lo que el Sr. Cura, José Cruz Chacón y Juan Gallego se obligaron con dicho objeto, y también con el fin que a los oferentes a la función y hachas se les saque velas cuando mueran; también les hice presente que estando el pueblo acostumbrado a que se saque la Virgen en su día para que ofrezcan los fieles y no privarles de esa devoción que, si querían, como particulares y no como Cofrades, me acompañaran al Ofertorio, a lo que accedieron, pero teniendo presente que en estos últimos años una turba de hombres, alegando derechos que no tenían, produjeron alborotos, arrebataron los fondos, ofendieron el lugar sagrado y a su Autoridad Eclesiástica, con el fin de hacer una corrida de toros, para evitar estos atropellos y profanaciones, convinieron en sacar a la Virgen al Ofertorio y, separado de éste, que Juan Gallego, Bonifacio Ruiz y José Granero se pondrían en otra mesa a recibir ofrendas para la función de los toros, y en el Ofertorio de la Virgen no admitir más limosnas que las que se han de emplear en su culto y, a fin de que no se repitan los desmanes anteriores, convinieron en ponerlo en conocimiento del señor Alcalde para que no se altere el orden y nos dejen usar de nuestro derecho como ciudadanos. También se convino nombrar depositario de lo que se recaude al Presbítero Don Luis Chacón, y lo que se recoja para los toros se entregue en el acto al Sr. Alcalde. Todo lo cual acordaron y firmaron los que sabe con el Sr. Cura, en Hinojosos a tres de septiembre de mil ochocientos setenta y uno .

 Liquidado el régimen republicano con el golpe del  General Pavía, y coronado Don Alfonso XII como Rey de España el día 8 de diciembre de 1874, las fiestas de 1875 transcurrieron con toda normalidad. Los fieles desecharon pasados temores y en el Ofrecimiento de ese año se alistaron como Cofrades ciento ochenta y cinco familias. El Regente de la Parroquial de San Bernabé, don Benito Cobo y González, Cura Párroco de Santa María de los Llanos, convocó una reunión para tratar sobre el futuro de la Cofradía, por haber desaparecido las razones y causas aducidas en el acuerdo del 15 de agosto de 187l, y por el deseo manifestado por muchos devotos de seguir cooperando con sus limosnas para que la Hermandad continuara con el esplendor de siempre.  Como ese año se habían desarrollado sin incidentes todos los actos concernientes a la función de Nuestra Señora, el citado Regente les propuso la continuidad de la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen, pero observando y cumpliendo, en toda su fuerza y vigor, los Estatutos u Ordenanzas aún vigentes. La propuesta fue aceptada unánimemente por todos los presentes quienes, en número de setenta y cinco, firmaron el acta. La Hermandad, superada la crisis por la que había pasado, afianzó su devoción a la Virgen del Carmen, y continuó con ilusión y gozo con sus ancestrales costumbres.

 La recesión económica que sufrió España en los dos últimos decenios del siglo XIX a consecuencia de un largo periodo de sequía y  de las revoluciones independentistas en Cuba, que desembocaron en la guerra de 1895, y luego la sublevación de Filipinas en 1896, afectó mucho al caudal de la Hermandad. Durante esos años, el dinero recaudado apenas cubría los gastos originados por la función especial de pólvora, música y toros. Varios cofrades, ayudaron económicamente a los Mayordomos con el fin de mantener los festejos populares, según  consta en una de las actas:

 En la villa de los Hinojosos, a veinte y seis de agosto de mil ochocientos ochenta y tres, reunida la Junta de la Cofradía de Ntra. Sra. del Carmen, con algunos individuos de dicha Cofradía, bajo la presidencia del señor Cura, acordaron tener en el día ocho de septiembre, en honor a la Santísima Virgen del Carmen, función religiosa como de costumbre y traer música y toros. Además, los que abajo firman, se comprometen a pagar de su peculio veinte y cinco duros de pólvora en el día de la víspera por la noche, si el Ofrecimiento no rindiere lo suficiente para el pago de dicha función de pólvora. Y para que así conste, lo firmamos en los Hinojosos a veinte y seis de agosto de mil ochocientos ochenta y tres.  

 Aquel año los oficiales fueron, Mariano Sierra (Capitán), Hilario García (Alférez). Según la liquidación por ellos presentada el 17 de agosto de 1884, los ingresos totales, incluido el remanente del año anterior, fueron 3.460 reales con setenta céntimos. Trajeron música (900 reales), pólvora (900 reales) y toros (510 reales). Los gastos ascendieron a 3.446 reales, resultando un alcance a favor de la Hermandad de catorce reales y setenta céntimos, que fueron entregados al Capitán entrante, Juan Gregorio Lillo, como Depositario.

 Durante los años siguientes las dificultades económicas no desaparecieron, al contrario, fueron mayores. En 1886, a pesar de ser suprimida la función de pólvora, no  se recaudó dinero suficiente para pagar la música traída de El Toboso, a la que se le quedó a deber 200 reales, cantidad que le fue abonada al año siguiente por el Capitán Mariano Bustos Hellín, quien se vio obligado a prescindir de la música en la función de 1887, sustituida por un tambor y un dulzainero. En el año 1892, el rendimiento del ofrecimiento fue tan pobre que los mayordomos, Juan Marín (Capitán), y Gregorio Ramírez (Alférez), hubieron de adelantar de su peculio ciento ocho reales de vellón (13´25 pesetas), cantidad que la Hermandad les abonó, posteriormente, de las limosnas de los cofrades alistados durante el año siguiente; además, adeudaban al Párroco 500 reales, importe de la función votiva a Ntra. Sra. del Carmen, novenas, procesiones, misa solemne, vísperas, sermones y otros actos piadosos, por todo lo cual, los mayordomos entrantes, Faustino y Urbano Rojo, quedaron obligados a satisfacerle la citada cantidad, según consta en un acta fechada el día 22 de octubre de 1893.

 Las fiestas de los tres años siguientes fueron reducidas a su mínima  expresión, ya que ni siquiera aparecen en el libro de cuentas las liquidaciones correspondientes. En el año de 1896 al de 1897 desempeño la capitanía don Ramón Lodares. Para la fiesta trajo música  (124 pta.) y toros (480´25 pta.). Según las cuentas por él presentadas el 20 de septiembre, quedó un saldo a favor de la Cofradía de tres pesetas con treinta y cinco céntimos, las cuales quedaron en poder del Capitán entrante Julián Moya, y del Alférez Antonio Moya. Cuando se reúnen la Junta de la Hermandad, toma los acuerdos que se reflejan en la siguiente acta:

 Reunidos los tres que suscriben como individuos de la Junta de Nª.Sª. del Carmen en la Sacristía de la Iglesia Parroquial bajo la presidencia del Sr. Cura de la misma, por sí y en nombre de los que no asisten, acordaron: Función religiosa según costumbre, misa y toros, que se satisfará con las limosnas recolectadas los días de la fiesta, comenzando por los gastos propios de la función religiosa, música, y del sobrante se atenderá a la corrida de toros según costumbre. Además, atendiendo a la poca existencia de cera que hay perteneciente a Nª.Sª. del Carmen, acordaron por unanimidad los Sres. Capitán y Alférez tener un día de refresco cada uno y ceder en beneficio de la Virgen y para comprar cera cuarenta pesetas entre ambos, y los tres Sargentos han acordado por la misma razón no hacer las colaciones de costumbre y en su lugar abonar cada uno diez pesetas que se destinarán también para comprar cera en hachas de tres librar cada una para Nª.Sª. Y para que conste lo firmamos con  el referido Sr. Cura en Los Hinojosos a 21 de agosto de 1.998.- Firmado el capitán Julián Moya y el Alférez Antonio Moya.

 Según las cuentas presentadas por el susodicho Capitán, Julián Moya Moraleja, en las fiestas del año 1898 actuó la música del pueblo dirigida por Carlos Gallego Rojo, que cobró ciento veinticinco pesetas. Se gastaron siete pesetas con cincuenta céntimos en seis docenas de cohetes, y ciento sesenta y dos pesetas con setenta y cinco céntimos en la corrida de toros, más los gastos ordinarios de la Hermandad en los que no están reseñados, como venía ocurriendo desde hacía algunos años, las rogativas del mes de mayo ni las misas por los difuntos.  El balance  final,  visado  por  el  Ecónomo  don Julián Plaza Lillo,  fue el siguiente: cargo, 646´82 pesetas, data 630´50 pesetas, saldo a favor de la Hermandad,  6´32 pesetas. 

La difícil situación económica  de la Hermandad a finales del siglo XIX,  reflejada en los datos reseñados, continuó durante los primeros años del siglo XX. La recogida a domicilio, las limosnas de los devotos en el Ofrecimientos y en las procesiones, eran insuficientes para cubrir los gastos de las fiestas. Sin duda alguna, esta fue la razón por la cual, fue abandonado el tradicional sorteo para la designación de los Cofrades que habían de servir los oficios de Capitán y de Alférez, y otras innovaciones, todas ellas encaminadas a incrementar el fondo de la Obra Pía.