Durante los
últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, reinaba en España Carlos IV,
(1788-1808), hombre de buenas intenciones pero que carecía de las condiciones
necesarias para gobernar. Por este motivo, fue sustituido en tal menester por
don Manuel Godoy, personaje funesto por sus continuos desaciertos. Basta
recordar la firma del Tratado de Basilea (1795), en virtud del cual España tuvo
que ceder a Francia la isla de Santo Domingo. Poco tiempo después firmó con
aquella nación un nuevo tratado, a consecuencia del cual entramos en guerra
contra Inglaterra, en la que la Escuadra Española tuvo que unirse a la
francesa, siendo ambas destrozadas por la Escuadra Británica en la batalla
naval de Trafalgar (21 de octubre de 1805), en la que perdieron la vida
nuestros marinos Churruca y Gravina. En
1808, con pretexto de pasar a Portugal, los ejércitos franceses penetraron en
España y se apoderaron arteramente de Figueras, Barcelona, Pamplona, San
Sebastián y Madrid. Con el levantamiento del
2 de Mayo de ese mismo año se iniciaba la Guerra de la Independencia
Española que finalizaría seis años después, el día 10 de abril de 1814. Nada
más comenzar la contienda, el poder legítimo español lo ostentó la Junta
Central, instalada primero en Aranjuez y Madrid, más tarde en Sevilla, y luego
en la Isla de León donde se formó en Consejo de Regencia.
En 1810, en
cumplimiento de lo ordenado por dicha Junta, las joyas de la Virgen del Carmen,
junto con las de las Patronas de las otras Cofradías y los objetos de plata de
la Parroquial de San Bernabé, fueron trasladadas a la Carolina por un
Comisionado, con dos caballerías y un mozo. Era Regente de la Jurisdicción, por
aquellas fechas, don Tomás de Perea. En el traslado se gastó la Fábrica de la
Parroquial ciento ochenta y seis reales. Seis años más tarde, siendo Alcalde de
primer voto y por su estado noble, don Marcelino Ruiz, fueron traídas de
Infantes, lugar donde, por Orden Superior, estaban depositadas por seguridad, y
de la misma Orden se envió a por ellas a los soldados Hermenegildo de la Huerta
y Joseph Madero, a quienes se les pagaron cien reales.
Además de este episodio de las joyas, en el siglo
XIX ocurrieron en la Hermandad otras hechos
dignos de ser reseñados: El traslado definitivo de la imagen de la
Patrona a la iglesia parroquial, la redacción, revisión y aprobación de sus
nuevas Constituciones, la organización de las primeras corridas de toros en las
fiestas, y la crisis sufrida tras la Revolución de 1868.
Desconocemos, por falta de documentación, cuándo
fueron trasladadas a la iglesia las imágenes de la Virgen, de San Antón y de
San Andrés. En principio consideramos que pudo ser después de la publicación
del Decreto del 8 de Marzo de l836, siendo Ministro de Hacienda don Juan
Álvarez Mendizábal, en virtud del cual le fueron expropiadas a la Iglesia todas
sus propiedades, y suprimidos los Diezmos y Primicias, pasando los gastos de
culto y clero a ser pagados por el
Estado, pero posteriormente hemos comprobado que la Iglesia comenzó a desprenderse
de sus bienes mucho antes: la Cofradía de las Ánimas del Hinojoso de la Orden,
por ejemplo, ya había vendido un pozo de nieve a Jacinto Collado, vecino del
Hinojoso del Marquesado, por 750 reales, y una
casa-mesón, también de su propiedad, a don Vicente de Mena y Vado, por
253 reales, según consta en los recibos extendidos por don Alfonso García
Texero, Comisionado Subalterno de la Comisión Gubernativa del Consejo de la
villa de Alcázar de San Juan, fechados el 5 de noviembre de 1804. Con fecha 21
de febrero del año 1808, con
autorización del Papa Pío VII se acordó, en España, la enajenación de la
séptima parte de los bienes de las iglesias, comunidades religiosas, órdenes
militares, etc., para aliviar la angustiosa situación de la Hacienda Pública.
En 18l7, por el mismo motivo, la Iglesia comenzó a pagar contribución por sus
tierras. El poco rendimiento de éstas, arrendadas desde 1813, y la nueva carga
tributaria determinó que la Autoridad Eclesiástica permitiera la venta de
algunas de ellas, entre las que se encontraban las de la ermita de San Antón.
En 1822 fue desarmado el altar, y el retablo de dicha ermita, y trasladado a
la de Nuestra Señora de la Concepción, sita en la plaza principal, llamada de
la Constitución en 1836. Al año siguiente, la Fábrica de la Parroquial vendió
dos tierras-olivares por 2.459 reales, y Cándido Ramírez, vecino de la Villa,
se quedó con un pozo de nieve y un solar de la iglesia por 480 reales. Con
estos datos, es razonable pensar que el traslado de la imagen de la Virgen del
Carmen al Templo Parroquial, se realizara antes de desmontar el retablo de la
ermita de San Antón, labrado para su altar por Juan Bautista Bizcani en 169l.
La imagen de
la Patrona fue instalada en el altar de la antigua capilla de los Tapia (más
tarde conocida como de los Perea), de cuya fundación y capellanía tenemos
conocimiento por el Auto redactado con motivo de la Visita realizada el día 28
de julio de 1574, por los señores don Diego López Mexía y el Doctor Lorenzana,
Caballero y Visitador General respectivos del Orden de Santiago, siendo Cura
Propio de la Parroquial, don Juan Carrillo de Ávila. De dicho Auto
transcribimos literalmente el párrafo que a ella se refiere:
Queriendo los dichos señores Visitadores
entender la dotación que tiene la capilla que está a la parte del evangelio de
la Iglesia Parroquial desta Villa, que se dice de los Tapia, mandaron parecer a
el Bachiller Moreno, Clérigo del Orden de San Pedro, Capellán de dicha capilla
del cual, y por lo que se vio por el libro de la Visita pasada, parece que la
dicha capilla es de la vocación de Ntra. Sra., y fueron sus fundadores Gonzalo
de Tapia y Elvira de Perea, difuntos, para la cual dejaron un molino y ciertas
hazas a el rededor de el término de Villamayor, en el rio Zigüela, que se llama
añador, con cargo de tres misas cada semana y de trescientos maravedises que ha
de dar cada un año para el reparo de la dicha capilla, el cual, dicho Bachiller Moreno, capellán, declaró de bajo
juramento, cumplir las dichas misas e cuando ha sido menester algún reparo en
la dicha capilla, aberlo hecho en mas cantidad de la que les obligado, e asi lo
declaro Juan Gordo, Clérigo Capellan, de la dicha Iglesia, a el qual se le
mandó esibiese el titulo y oblacion que tiene de la dicha capellania, el qual
lo esibio firmado por Julian Ramírez, Prior que fue del convento de Ucles, y de
Juan de Loja, Notario, su fecha en la villa del Toboso a cinco de diciembre de
quinientos y cinquenta años, en la qual dicha oblacion parece que Gonzalo de
Tapia, vecino de la villa de Alcazar de Consuegra, patron de la dicha
capellania, nombró y presento por capellan de ella a el dicho Bachiller Moreno,
e a el presente se averiguo ser patrona de la dicha capilla Francisca de Perea,
vecina desta dicha Villa, e asi mismo sentendio y averiguo de bajo juramento,
aber dicho Bachiller Moreno gastado en el reparo del dicho molino trescientos
ducados y estar a el ,presente bien reparado, lo qual declararon el dicho Juan
Gordo e Alonso Zarco, Mayordomo.
Instalada la
imagen de la Virgen del Carmen en la antigua capilla de los Tapia, junto
a las de San Antón y San Andrés, la
Hermandad se ocupó de adornar y engalanar el altar. En el año de 1846 al de
1847, siendo Capitán, Antonio García, y Alférez Gabriel Ramírez, fue colocada
una puerta vidriera en la hornacina de la Virgen, hecha por el maestro
carpintero Mariano López, y herrada por Gregorio Madero, que también forjó
cuatro barretas, dos para las cortinas, y otras dos, con escudos en sus
extremos, destinadas a sostener dos arañas de bronce.
La Cofradía de la Virgen
del Carmen, a pesar de que hubo un tiempo en el que se afirmaba lo contrario,
nunca tuvo que pagar una especie de alquiler a la Fábrica de la Parroquial por
tener instalada a su Patrona en dicha capilla. No era la única capilla que había
en el templo, estaban además las capillas de las Hermandades de San Bernabé, de
la Vera Cruz, del Santísimo Sacramento, de Nuestra Señora del Rosario, y la de
las Benditas Ánimas del Purgatorio. Todas estas ellas cubrían todos los gastos
ordinarios, como los extraordinarios que pudieran surgir, con sus fondos
particulares constituidos con las cuotas de los cofrades, las donaciones de los
devotos y las limosnas allegadas durante las misas de los días de precepto. Eran
tantos los bacineros de uno y otro sexo que en ellas actuaban, que los
Visitadores don Diego López Mexia y el Doctor Lorezana, en su Auto de fecha 31
de julio de 1.574, dispusieron:
.. Aviendo visto e sydo ynformados de la
pesadumbre e inquietud que causa a los que estan el dia de la fiesta oyendo los
oficios divinos en la yglesia parroquial desta villa las muchas personas que se
levantan a demandar lymosnas en el entretanto que la misa se dice y los oficios
divinos se hacen, y la yndevocion que causan, mandamos que de aqui en adelante
tan solamente despues de aver el sacerdote alzado la ostia por tercera, se
lavanten a pedir los que tienen la demanda de la yglesia y Sacramento y animas
del purgatorio, y las demas demandas se pongan a pedir a la puerta de la
iglesia sin andar dentro de ella como hasta aquy, lo que mandamos ansy guarden
y cumplan so pena de quatro reales para las obras pias...... .
Las
Hermandades, además, disponían de todos los servicios comunes del templo y se
beneficiaban de las obras de reparación y conservación que en él se realizaban,
por este motivo, todas pagaban a la Fábrica de la Parroquial, una pequeña cantidad, variable de una Hermandad a otra
según sus posibilidades, para ayudarle a cubrir los gastos que dichos servicios
ocasionaban.
En el mes de agosto de 1848, el Gobernador
Eclesiástico del Priorato, había confirmado y aprobado los nuevos Estatutos
redactados por el Párroco don Andrés Tejedor. La Constitución décima quinta
prohibía extraer de los fondos de la Hermandad cantidad alguna que no fuera
para el ornato de la imagen o de su altar, pero sí autorizaban contratar un
tambor y un dulzainero para que fueran tocando delante de las procesiones y,
fuera de ellas, lo hicieran también por las calles del pueblo para, de esta
manera, anunciar la solemnidad de las fiestas, y la tradicional salva de
cohetes y pólvora en la noche de la víspera, después de la Salve, pero la
cantidad de dinero que podían gastarse en este concepto estaba fijada por la
Autoridad Eclesiástica.
Las Constituciones por un lado y las disposiciones
de los Prelados por otro, impedían a los oficiales mejorar y dar más vistosidad
a las fiestas. Cuando los cofrades decidieron sacarlas de su ancestral rutina,
idearon y pusieron en práctica un procedimiento que les permitió introducir
nuevas atracciones sin contravenir los reglamentos ni los mandatos a la sazón
vigentes: La Hermandad organizó una Comisión encargada de organizar una función especial de pólvora, música y
toros para las del año 1850. La Comisión, oficialmente, era ajena a la
Cofradía. Los fondos necesarios los allegaba
pidiendo donativos de casa en casa. Con lo recaudado hacía la función
especial, y una vez acabadas las fiestas, los comisionados presentaban su
liquidación a la Junta sin que de ella quedara constancia en el libro de
cuentas. No hace falta decir que la Comisión contaba con el respaldo económico
de la Hermandad si sus componentes eran alcanzados en la liquidación final.
La primera Comisión que se organizó estuvo presidida
por Don Marcos Chacón y hubo de recibir de la Cofradía trescientos setenta y
seis reales para el completo pago de los
gastos por no haberse presentado comprador para los 17 celemines y 2 cuartillos
de anís, y 35 cuartillos de trigo recio que estaban destinados para aquel
objeto y que, a cambio de la citada cantidad, quedaron en beneficio de ella.
Pasadas las
fiestas de 1851, la Junta celebró una
reunión para la revisión de las cuentas presentadas por la Comisión, nombrada
ese año para la organizar la función extraordinaria. En ellas resultaba que el
recogido total fue de 1345 reales, 11 maravedises, 1 fanega, 5 celemines y 2
cuartillos de anís que, como sucedió en el año precedente, no pudieron venderse
por falta de comprador. Los gastos ascendían a 1828 reales, con un déficit de
482 reales y 23 maravedises. La Junta tuvo en consideración que todo aquel
gasto fue en obsequio de Ntra. Sra. y más
aumentar su culto, acordó que esta
cantidad se sacara del fondo particular de la Cofradía, quedando a favor de
ella el anís no vendido.
Al año
siguiente, 1852, la Hermandad estrenó una bandera, cuyo costo fue de 605 reales
y 12 maravedises. También hubo función extraordinaria, para la cual la Comisión allegó 1492 reales y 24
maravedises. Los gastos ascendieron a 1872 reales y 22 maravedises. La
diferencia, 442 reales y 32 maravedises, fue pedida oficialmente por su
Presidente a los señores de la Juntas, quiénes accedieron a lo solicitado vista su justa petición, porque todo era
para mas solemnidad del día de Ntra. Sra.
La función especial de pólvora, música y toros tuvo
tanto éxito que entró a formar parte, de forma definitiva, de los festejos
populares, siendo raro el año que, de entonces acá, no se hayan celebrado
nuestras peculiares corridas de toros. El subterfugio de crear una Comisión
para organizar unos festejos, cuyo costo no podía sufragar la Hermandad por
disposición constitucional, fue utilizado durante varios años. Luego, la
Comisión desapareció como tal, y la organización de la función especial pasó a
ser cometido del Capitán y del Alférez, manteniendo el petitorio y recogida a
domicilio para, así, separar los ingresos específicos de la Cofradía de lo que
el pueblo entregaba a los oficiales para los festejos populares
Las primeras rogativas previstas por las Constituciones
de 1848, se hicieron en el mes de mayo del año siguiente. El origen litúrgico
de estas rogativas, o letanías menores, se halla en la procesión solemne de
penitencia que, en los tres días precedentes a la Festividad de la Ascensión
del Señor, estableció San Mamerto, en el siglo V, con motivo de las calamidades
públicas que sufrió la diócesis de Viena. El Papa León III las adoptó en Roma
y, poco después, se extendieron a toda la Iglesia. Las preces que se cantaban
en esta procesión eran las letanías de los Santos, los Salmos y otras
oraciones. Eran suplicas o “rogativas” para apartar los castigos de Dios y
atraer las bendiciones del Cielo sobre las siembras, a punto de granar, de
donde, ayer como hoy, se había de sacar el pan para todo el año.
Por aquellas
fechas, el Sacristán de la Parroquia estaba encargado de la venta de los hábitos de la Virgen del Carmen que los fieles compraban para utilizarlos,
llegado el momento, como mortajas. El dinero procedente de estas ventas era
entregado al Párroco para su inversión en misas cantadas a Ntra. Sra. Debieron surgir desavenencias
entre el Sacristán y el Párroco, Don Diego de Peñalosa, quien tomó la siguiente
decisión, según consta en el libro de cuentas:
En la villa de Los Hinojosos, a cinco de abril
de mil ochocientos sesenta y cinco, el Párroco que suscribe debe advertir que,
cuando tomó posesión de esta su Parroquia, se le previno por el Sacristán
difunto, Eustasio Chacón, que las mortajas que se vendía de Ntra. Sra. del
Carmen, se entregaba su valor a los párrocos para su inversión en misas a dicha
Sra.; no llegan a seis las que en siete años se ha entregado su valor al Cura
y, como se observa, sean muchas las mortajas que ingresan todos los años, y
desde el siete de agosto de mil ochocientos sesenta y tres que con mi
conocimiento se dio una para un párvulo de Ramón Hernandez, nada sé de la inversión que se las dé por el
Sacristán actual, a pretexto y sin pretexto de oponerse en su lugar que dice
debe tener parte e invertirse en misas cantadas; el honor obliga a consignarlo
en este libro, para que dichas mortajas corran por cuenta de la Cofradía, desde
cuyo día, o mejor dicho, desde el entierro del párvulo, queda hecha una
renuncia formal de este derecho, y no para los Párrocos sus sucesores, pues lo
hace con el fin de que administrándolo la Hermandad, cree no se defraudarán
dichos productos, ni servirá de pretexto el Cura para que otros los disfruten,
aunque las inviertan en fines piadosos.- El Cura párroco: Diego Peñalosa.
La Constitución décima nona
autorizaba los obsequios o convites que tradicionalmente hacían el Capitán, el
Alférez y los Sargentos elegidos a sus Cofrades. En 1865, la Junta tomó el
siguiente acuerdo:
En la villa de Los
Hinojosos, a veintiocho de agosto de mil ochocientos sesenta y cinco, reunidos
en la sacristía de esta Iglesia parroquial de San Bernabé, el señor Cura párroco, Don Telesforo Alarcón, como Presidente de la Cofradía de
Nuestra señora del Carmen, con los señores Capitán, Alférez y Sargentos,
vocales de la misma, para acordar lo más conveniente para la función que se ha
de hacer a Nuestra Señora del Carmen en el año de mil ochocientos sesenta y
cinco, dijeron todos unánimes que, vistos los desarreglos y abusos que se
venían comentiendo en la ranra, llevados de una sana intención, y deseando
evitar ocurrencias desagradables entre sus compañeros y demás del vecindario,
y, considerando, por otra parte, que la Autoridad local, por razones justas, ha
dejado de asistir al acto llamado ranra, desde luego acordaron y acuerdan
suspender dar el puñado, que hasta parecía ser de obligación y costumbre. Para
que conste, lo firmamos el señor Cura, como Presidente, el Capitán, el Alférez
y Sargentos. Fecha ut supra.- El Párroco, Telesforo Alarcón.- El Secretario,
José Granero.
La inestabilidad política que trajo la Revolución de Septiembre, con el
destronamiento de Isabel II, seguida del breve reinado de Don Amadeo de Saboya,
y la proclamación de la República el 11 de febrero de 1873, tuvo su inevitable
reflejo en la Hermandad. Las doscientas setenta y ocho familias inscritas como
Cofrades en 1867, descendieron a ciento noventa y una al año siguiente, a
ciento cincuenta y cinco en 1869, quedando reducidas a setenta y dos en 1870.
El acta que transcribimos refleja las dificultades por las que pasó la Cofradía
en aquellos turbulentos años:
En la villa de
Los Hinojosos, a quince de agosto de mil ochocientos setenta y uno, yo, Don
Telesforo Alarcón, Cura Párroco de la Parroquial de San Bernabé, hice
comparecer ante mí, en la Sacristía de la misma, al Capitán, Alférez y
Sargentos de la Cofradía de Ntra. Sra. del Carmen que arriba se expresan, e
hice presente que, en atención a las circunstancias de los tiempos y que en
estos dos últimos años, ni se dicen las honras generales por los difuntos, ni
rogativas en el mes de mayo, ni Ntra. Sra. tiene alumbrado todo el año, como
está prevenido en las Ordenanzas de dicha Cofradía, ésta podía y estaba de
hecho anulada, les manifesté que imaginaran un medio para que Ntra. Sra.
tuviese su función y se hicieran algunas hachas, a lo que todos de acuerdo
dijeron que si el Sr. Cura quería, acompañado de José Cruz Chacón y Juan
Gallego, podían salir por el pueblo invitando y recogiendo limosnas iguales a
las que antes se daban por los Cofrades, para hacer la función a adquirir
hachas, dando, concluida que fuere la función, cuenta del recogido y gastos, a
lo que el Sr. Cura, José Cruz Chacón y Juan Gallego se obligaron con dicho
objeto, y también con el fin que a los oferentes a la función y hachas se les
saque velas cuando mueran; también les hice presente que estando el pueblo
acostumbrado a que se saque la Virgen en su día para que ofrezcan los fieles y
no privarles de esa devoción que, si querían, como particulares y no como
Cofrades, me acompañaran al Ofertorio, a lo que accedieron, pero teniendo
presente que en estos últimos años una turba de
hombres, alegando derechos que no tenían, produjeron alborotos, arrebataron los
fondos, ofendieron el lugar sagrado y a su Autoridad Eclesiástica, con el fin
de hacer una corrida de toros, para evitar estos atropellos y profanaciones,
convinieron en sacar a la Virgen al Ofertorio y, separado de éste, que Juan
Gallego, Bonifacio Ruiz y José Granero se
pondrían en otra mesa a recibir ofrendas para la función de los toros, y en el
Ofertorio de la Virgen no admitir más limosnas que las que se han de emplear en
su culto y, a fin de que no se repitan los desmanes anteriores, convinieron en
ponerlo en conocimiento del señor Alcalde para que no se altere el orden y nos
dejen usar de nuestro derecho como ciudadanos. También se convino nombrar
depositario de lo que se recaude al Presbítero Don Luis Chacón, y lo que se
recoja para los toros se entregue en el acto al Sr. Alcalde. Todo lo cual acordaron
y firmaron los que sabe con el Sr. Cura, en Hinojosos a tres de septiembre de
mil ochocientos setenta y uno .
Liquidado el
régimen republicano con el golpe del
General Pavía, y coronado Don Alfonso XII como Rey de España el día 8 de
diciembre de 1874, las fiestas de 1875 transcurrieron con toda normalidad. Los
fieles desecharon pasados temores y en el Ofrecimiento de ese año se alistaron
como Cofrades ciento ochenta y cinco familias. El Regente de la Parroquial de
San Bernabé, don Benito Cobo y González, Cura Párroco de Santa María de los
Llanos, convocó una reunión para tratar sobre el futuro de la Cofradía, por
haber desaparecido las razones y causas aducidas en el acuerdo del 15 de agosto
de 187l, y por el deseo manifestado por muchos devotos de seguir cooperando con
sus limosnas para que la Hermandad continuara con el esplendor de siempre. Como ese año se habían desarrollado sin
incidentes todos los actos concernientes a la función de Nuestra Señora, el
citado Regente les propuso la continuidad de la Cofradía de Nuestra Señora del
Carmen, pero observando y cumpliendo, en toda su fuerza y vigor, los Estatutos
u Ordenanzas aún vigentes. La propuesta fue aceptada unánimemente por todos los
presentes quienes, en número de setenta y cinco, firmaron el acta. La
Hermandad, superada la crisis por la que había pasado, afianzó su devoción a la
Virgen del Carmen, y continuó con ilusión y gozo con sus ancestrales
costumbres.
La recesión
económica que sufrió España en los dos últimos decenios del siglo XIX a
consecuencia de un largo periodo de sequía y
de las revoluciones independentistas en Cuba, que desembocaron en la
guerra de 1895, y luego la sublevación de Filipinas en 1896, afectó mucho al
caudal de la Hermandad. Durante esos años, el dinero recaudado apenas cubría
los gastos originados por la función especial de pólvora, música y toros.
Varios cofrades, ayudaron económicamente a los Mayordomos con el fin de
mantener los festejos populares, según
consta en una de las actas:
En la villa de los Hinojosos, a veinte y seis
de agosto de mil ochocientos ochenta y tres, reunida la Junta de la Cofradía de
Ntra. Sra. del Carmen, con algunos individuos de dicha Cofradía, bajo la
presidencia del señor Cura, acordaron tener en el día ocho de septiembre, en honor a la Santísima Virgen del Carmen, función
religiosa como de costumbre y traer música y toros. Además, los que abajo
firman, se comprometen a pagar de su peculio veinte y cinco duros de pólvora en
el día de la víspera por la noche, si el Ofrecimiento no rindiere lo suficiente
para el pago de dicha función de pólvora. Y para que así conste, lo firmamos en
los Hinojosos a veinte y seis de agosto de mil ochocientos ochenta y tres.
Aquel año los
oficiales fueron, Mariano Sierra (Capitán), Hilario García (Alférez). Según la
liquidación por ellos presentada el 17 de agosto de 1884, los ingresos totales,
incluido el remanente del año anterior, fueron 3.460 reales con setenta
céntimos. Trajeron música (900 reales), pólvora (900 reales) y toros (510
reales). Los gastos ascendieron a 3.446 reales, resultando un alcance a favor
de la Hermandad de catorce reales y setenta céntimos, que fueron entregados al
Capitán entrante, Juan Gregorio Lillo, como Depositario.
Durante los
años siguientes las dificultades económicas no desaparecieron, al contrario,
fueron mayores. En 1886, a pesar de ser suprimida la función de pólvora,
no se recaudó dinero suficiente para
pagar la música traída de El Toboso, a la que se le quedó a deber 200 reales,
cantidad que le fue abonada al año siguiente por el Capitán Mariano Bustos
Hellín, quien se vio obligado a prescindir de la música en la función de 1887,
sustituida por un tambor y un dulzainero. En el año 1892, el rendimiento del ofrecimiento
fue tan pobre que los mayordomos, Juan Marín (Capitán), y Gregorio Ramírez
(Alférez), hubieron de adelantar de su peculio ciento ocho reales de vellón
(13´25 pesetas), cantidad que la Hermandad les abonó, posteriormente, de las
limosnas de los cofrades alistados durante el año siguiente; además, adeudaban
al Párroco 500 reales, importe de la función votiva a Ntra. Sra. del Carmen,
novenas, procesiones, misa solemne, vísperas, sermones y otros actos piadosos,
por todo lo cual, los mayordomos entrantes, Faustino y Urbano Rojo, quedaron
obligados a satisfacerle la citada cantidad, según consta en un acta fechada el
día 22 de octubre de 1893.
Las fiestas
de los tres años siguientes fueron reducidas a su mínima expresión, ya que ni siquiera aparecen en el
libro de cuentas las liquidaciones correspondientes. En el año de 1896 al de 1897
desempeño la capitanía don Ramón Lodares. Para la fiesta trajo música (124 pta.) y toros (480´25 pta.). Según las
cuentas por él presentadas el 20 de septiembre, quedó un saldo a favor de la
Cofradía de tres pesetas con treinta y cinco céntimos, las cuales quedaron en
poder del Capitán entrante Julián Moya, y del Alférez Antonio Moya. Cuando se
reúnen la Junta de la Hermandad, toma los acuerdos que se reflejan en la
siguiente acta:
Reunidos los tres que suscriben como
individuos de la Junta de Nª.Sª. del Carmen en la Sacristía de la Iglesia
Parroquial bajo la presidencia del Sr. Cura de la misma, por sí y en nombre de
los que no asisten, acordaron: Función religiosa según costumbre, misa y toros,
que se satisfará con las limosnas recolectadas los días de la fiesta,
comenzando por los gastos propios de la función religiosa, música, y del
sobrante se atenderá a la corrida de toros según costumbre. Además, atendiendo
a la poca existencia de cera que hay perteneciente a Nª.Sª. del Carmen,
acordaron por unanimidad los Sres. Capitán y Alférez tener un día de refresco
cada uno y ceder en beneficio de la Virgen y para comprar cera cuarenta pesetas
entre ambos, y los tres Sargentos han acordado por la misma razón no hacer las
colaciones de costumbre y en su lugar abonar cada uno diez pesetas que se
destinarán también para comprar cera en hachas de tres librar cada una para
Nª.Sª. Y para que conste lo firmamos con
el referido Sr. Cura en Los Hinojosos a 21 de agosto de 1.998.- Firmado
el capitán Julián Moya y el Alférez Antonio Moya.
Según las
cuentas presentadas por el susodicho Capitán, Julián Moya Moraleja, en las
fiestas del año 1898 actuó la música del pueblo dirigida por Carlos Gallego
Rojo, que cobró ciento veinticinco pesetas. Se gastaron siete pesetas con
cincuenta céntimos en seis docenas de cohetes, y ciento sesenta y dos pesetas
con setenta y cinco céntimos en la corrida de toros, más los gastos ordinarios
de la Hermandad en los que no están reseñados, como venía ocurriendo desde
hacía algunos años, las rogativas del mes de mayo ni las misas por los
difuntos. El balance final,
visado por el
Ecónomo don Julián Plaza Lillo, fue el siguiente: cargo, 646´82 pesetas, data
630´50 pesetas, saldo a favor de la Hermandad,
6´32 pesetas.
La difícil situación económica de la Hermandad a finales del siglo XIX, reflejada en los datos reseñados, continuó
durante los primeros años del siglo XX. La recogida a domicilio, las limosnas
de los devotos en el Ofrecimientos y en las procesiones, eran insuficientes
para cubrir los gastos de las fiestas. Sin duda alguna, esta fue la razón por
la cual, fue abandonado el tradicional sorteo para la designación de los
Cofrades que habían de servir los oficios de Capitán y de Alférez, y otras
innovaciones, todas ellas encaminadas a incrementar el fondo de la Obra Pía.