Crónicas de un Pueblo

Los Hinojosos
"Mi pueblo se encuentra rodeado de tierras suaves y severas, con colores tersos y trazos suavemente perfilados. Entre sus rastrojeras y barbechos, en sus nobles caserones con pétreo escudo de armas, no se da el tipismo y el folklore de la sangría, de las castañuelas y de la paella en lata."

IV.LAS FIESTAS PATRONALES EN EL SIGLO XVIII


Parte Segunda
Las Fiestas patronales en el Siglo XVIII



Las fiestas en honor a Nuestra Señora del Roble han venido celebrándose, desde los tiempos más remotos, el día siete, ocho y nueve de septiembre, festividad de la Natividad de María. Las funciones religiosas de esos días, en cambio, se han desarrollado en sitios diferentes, primero en la ermita de San Andrés, luego en la de San Antón (1668–1741), y en la iglesia de la Parroquial de San Bernabé desde el año 1742. Las fiestas eran, como lo son ahora, una de las mayores manifestaciones de fe y devoción a esta venerada Imagen.

Las tres jornadas festivas estaban precedidas por un solemne Novenario que, hasta la segunda mitad del siglo XIX, daba comienzo el día treinta de agosto. El día siete de septiembre, además del rezo de la última Novena, eran cantadas solemnes vísperas, a las que asistían los Mayordomos, Oficiales y Sargentos de la hermandad, con sus distintivos, acompañados de tambores y soldadesca, al decir de los que sobre esto en su tiempo escribieron. Luego de la cena, y ya entrada la noche, era encendía una hoguera en la explanada de la ermita, para iluminar la zona a los fieles que a ella acudían para cantar a su Madre Santísima la tradicional Salve, a cuyo final se procedía al disparo de una salva de cohetes, y a la quema de árboles de pólvora, en el atrio del santuario.

Los actos del día ocho comenzaban por la mañana con una misa cantada, con predicador a cargo del caudal de la Hermandad. Fueron muchos los religiosos que predicaron en esta fecha, entre ellos, fray Juan de Gracia en 1669; el trinitario fray Juan de Segovia en 1713; fray Francisco de Alcolado, franciscano, en 1715; fray Francisco Izquierdo de la Orden de Predicadores, en 1717, y fray Alejo Izquierdo, de Órdenes Menores, en 1718, ambos naturales de la Villa; fray Joseph Zisneros en 1720; fray Alonso Mora, franciscano, en 1727; fray Pedro Nolasco, franciscano, en 1731; el dominico fray Alonso Durán, y otros muchos, entre quienes hay que recordar a los carmelitas calzados fray Juan Sáez y Francisco de la Peña, por haber sido ellos los que encendieron la llama de la devoción a la Santísima Virgen en la advocación actual. Fray Juan, en la función religiosa del año 1722, hizo un panegírico de María en la advocación del Carmen, tan apasionado, laudatorio y encomiástico, que todo su amor, fervor y devoción por Ella, lo infundió en el corazón de las sencillas gentes que aquel ocho de septiembre, abarrotaban la ermita.

En el Ofrecimiento de ese año, celebrado como siempre en la explanada del santuario, se pasó de una recaudación media de trescientos cincuenta reales de vellón durante los dos decenios precedentes, a ochocientos quince reales se alistaron como ofrendados por los Soldados-Cofrades y las numerosas personas que Hermanos. El alcance a favor de la Cofradía ascendió a mil doscientos dieciocho reales y veinte maravedises, tres fanegas, tres celemines de trigo, seis fanegas y diez celemines de cebada. Esta elevada recogida de dinero y granos no fue un hecho anecdótico, al contrario, se mantuvo, e incluso aumentó, en los años siguientes: En 1733, el caudal de la Virgen alcanzó un montante de cinco mil ciento sesenta y tres reales y veintidós maravedises, catorce fanegas, nueve celemines, un cuartillo de trigo, seis fanegas y diez celemines de cebada. En el Ofrecimiento del día de la fiesta, además de la recogida de limosnas e inscripción de nuevos Cofrades a cargo de los Oficiales, el Cura propio de la Parroquial entregaba los distintivos de su cargo a los que habían sido designados para servirlos en la reunión general del día veintiocho de agosto. Al anochecer daban por finalizado el acto y, a continuación, hacían una pequeña procesión alrededor de la ermita. Los festejos acababan el día nueve con otra misa solemne, pero sin predicador, a no ser que alguna persona piadosa pagara la limosna.

En 1722, la cofradía inició un despegue espectacular por el elevado número de cofrades inscritos, pero al mismo se inició el movimiento que, con el paso del tiempo, desembocaría en el cambio de advocación de su Patrona: En el encabezamiento del acta de presentación de las cuentas de dicho año puede leerse: En la villa de el Hinojoso de el Orden de Santiago, en doce dias del mes de septiembre de mill setecientos y veinte y dos años, el Licenciado Don Miguel Lodares Pozo, del hábito de Santiago, Cura propio de la Parrochial de dicha Villa, con asistencia de Juan Gallardo y Bernabé Bonillo, dan las cuentas de el caudal de la Cofradía Nuestra Señora del Carmen como Mayordomos que son de dicha Cofradía, y de mí, el presente notario, que se formaron en la forma siguiente:… Es la primera vez que en un documento escrito se hace referencia a la Cofradía de la Virgen del Carmen. Desde entonces y hasta 1739, año en que don Miguel Lodares Pozo cesa como Cura propio de la Parroquial, en todas las actas de presentación de cuentas figura la Virgen del Carmen como titular de la cofradía.
Desde 1740 hasta 1750 la titularidad de la hermandad es atribuida, seis veces a Nuestra Señora del Carmen con el título del Roble, cuatro a Nuestra Señora del Roble del Monte Carmelo, otras cuatro a Nuestra Señora del Roble y sólo una vez a Nuestra Señora del Carmen. Algo semejante ocurre en el decenio de 1751-1760: la Virgen del Roble figura como titular cuatro veces, otras cuatro la Virgen del Roble del Monte Carmelo, y sólo una la Virgen del Carmen (1759). Durante en cuatrienio 1761-1764, la Virgen del Carmen aparece como titular de la cofradía dos veces, y Nuestra Señora del Roble del Monte Carmelo otras dos.

En 1765 es fundada la Cofradía de la Virgen del Carmen en la iglesia Parroquial de San Bernabé (según el acta de presentación de cuentas del referido año). A partir de ese momento todos los Escribanos de la Hermandad y quienes acompañaban a los señores Priores en sus Visitas Pastorales, se refieren en todos sus Actas y Autos, a la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen, especificando, en ocasiones, sita en su ermita del Roble.

La devoción a la Virgen era cada vez mayor. El número de familias inscritas como Cofrades llegó a ser tan elevado que la ermita resultó insuficiente para alojar y acomodar a todas las personas que asistían a estas solemnidades. En 1742, la Junta de la Cofradía, compuesta por el Párroco, don Joseph Suárez de Figueroa, los Mayordomos don Alphonso Ruiz Rexa, y don Antonio Izquierdo de Liébana, el Capitán don Alphonso de Chaves y el Alférez Alejo Toledo, tomó la decisión de celebrar la festividad de la Patrona en el templo parroquial, con el fin de resolver el problema ocasionado por las reducidas dimensiones del santuario y, al mismo tiempo, acercar la imagen a las personas que por su edad, u otras circunstancias, no podían desplazarse a la ermita.

Con arreglo a lo acordado, en la mañana del día treinta de agosto, la imagen de Nuestra Señora del Carmen, fue trasladada a la iglesia, en procesión presidida por el Capellán de la Hermandad, auxiliado por el Sacristán Mayor de la Parroquial. Asistieron a ella los Mayordomos, Los Oficiales, los Sargentos, los Soldados Cofrades y un incontable número de Hermanos y devotos que quisieron estar presentes para dar testimonio de su amor a María en tan solemne y novedoso acto. Durante el recorrido, las aclamaciones a la Patrona se mezclaban con los sonidos de la dulzaina y del tambor, el tañido de las campanas y el estampido fuerte y seco de los cohetes. Ya en la iglesia, cuyo piso había sido cubierto con junco y romero, la sagrada imagen fue instalada en un altar profusamente engalanado, donde permaneció durante el Novenario y los tres días de la fiesta. El nueve de septiembre, después de la misa mayor, fue llevada a la ermita con la misma solemnidad que había sido traída.

La referencia de este hecho histórico se halla en la data de las cuentas correspondientes al año de 1741 al de 1742, presentadas el 13 de marzo de l744. En un asiento de la data figuran ciento veinticinco reales de vellón que se gastaron en cera la víspera y el día de la fiesta, y en los demás días que la Sagrada Imagen de Ntra. Sra. estuvo en la iglesia en un altar suntuoso que se le hizo. En otro asentamiento, los Mayordomos Juan Francisco Granero y Pedro de Moya, se descargan, en sus cuentas del 9 de septiembre de 1755, de diez reales de vellón que han sido asignados para las dos procesiones de traer y llevar a la ermita, para su función, a Ntra. Sra., seis para el Capellán, y cuatro para el Sacristán.

Desde entonces, la ermita de San Antón, conocida popularmente como la Ermita del Roble, perdió protagonismo durante los días de las fiestas patronales. La hoguera no volvió a iluminarla la noche del día de la víspera, el disparo de la salva de pólvora y cohetes al acabar de cantar la Salve, dejó de perturbar el sueño de las aves anidadas en sus bóvedas, y el Ofrecimiento nunca más se celebró en su explanada.

En estas procesiones la imagen era transportada en unas andas muy antiguas, quizá las mismas que utilizaban sus cofrades cuando las fiestas en su honor eran celebradas en Las Labosas. Para darles más realce, la Junta Rectora de la Hermandad, integrada por los Mayordomos don Phelipe Contreras y Francisco Montalbán, el Capitán, Jerónimo Ramírez, y el Alférez, Joseph de Marcos, encargó al maestro Pablo Bocero, natural de Santa María de los Llanos, la talla y dorado de unas andas en forma de tabernáculo, según el diseño realizado por el escultor Antonio López, de San Clemente. Fueron estrenadas el año 1757 en la procesión previa al Novenario. La imagen llevaba un vestido de tafetán color celeste, un manto en tela blanca de seda y flores de plata, una toca de gasa labrada, y una corona de plata blanca hecha ese mismo año por un joyero de Valencia. También fueron estrenados ese año un Estandarte, adornado con flecos, borlas y cordones, todo en seda dorada, en el que se habían fijado dos estampas pintadas, la de la parte principal con la imagen de Nuestra Señora, y la del reverso con la efigie de San Antón. El costo de todo lo adquirido ascendió a dos mil setecientos noventa y siete reales de vellón, así distribuidos:

Diseño de las andas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 reales
Andas. .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 680 “
Corona y diadema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 840 “
Tela del Estandarte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80 “
Flecos, borlas, cordones, etc. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200 “
6 Candeleros en figura de blandoncillos. . . . . . . . . . . . 6 “
2 Láminas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
Dorado de andas, plateado de candeleros,
rebollones Estandarte, Cruz y su pie . . . . . . . . . . . . . . . . . .1 .046 “

Como en la ermita no había sitio para guardar todo lo adquirido, el Párroco, don Joseph Suárez de Figueroa y Castilla, autorizó tabicar parte de la sacristía de la iglesia para hacer una habitación donde, una vez acabadas las fiestas, fueron depositadas las andas, la ropa y las joyas de la imagen. Esta habitación estaba situada a la mano derecha de la antigua entrada a la sacristía, donde está colocado el altar de la actual Capilla del Santísimo Sacramento, e iluminada por la ventana que da a la calle. Durante casi doscientos años fue un anejo de la sacristía. Con el paso del tiempo, familias piadosas se encargaron de la custodia de las joyas y de la ropa, y las andas se guardaron en otro lugar. La habitación desde entonces, fue usada como cuarto trastero y, finalmente, desapareció cuando, ya iniciada la segunda mitad del siglo XX, se procedió a la reforma la sacristía y la apertura de la puerta que la comunica directamente con el Altar Mayor, siendo Párroco don Fernando Rodríguez Villafranca.




S a c r i s t í a


Antigua Capilla
Sacristía del
Santísimo Ventanas
Sacramento




Habitación


Croquis de la situación de la habitación

Las andas se mantuvieron hasta el año 1848 tal y como habían salido del taller. En la reunión del día 28 de agosto de dicho año, la Junta acordó colocar un enverjado de madera, para que no se extraviaran las limosnas depositadas en ellas por los fieles durante las procesiones.

En las fiestas de 1767 actuaron por vez primera las danzantes: Delante de la imagen, las muchachas, vistosamente ataviadas de blanco, con volantes de puntillas, muchas cintas de colores y abalorios diversos, ejecutaban una típica danza que repetían una y otra vez todo el tiempo que duraba la procesión, al ritmo marcado por el tambor y la dulzaina. No sabemos si estas jóvenes eran del lugar o traídas de algún pueblo cercano. El Escribano de turno sólo anotó los veinte reales de vellón que gastó la cofradía en un refresco que se les dio.

En la visita Pastoral del día 20 de enero de año de 1773, el Prior don Joseph Clemente de Hualde, teniendo en cuenta que el producto anual que rendían los Ofertorios superaba, con mucho, los gastos de la cofradía, y no hallándose ésta con necesidad de reparos en su ermita, ni de otras alhajas, autorizó hacer una imposición a censo redimible del caudal de la Virgen, y, al mismo tiempo, reconociendo Su Señoría la mucha devoción en que está para los fieles la referida Santa Imagen, deseosos de que se le tribute el mayor culto, aumentando a la función que se celebra en cada año en la Iglesia Parroquial mayor solemnidad, dispuso que trajeran la música de instrumentos correspondientes. Concedió también licencia para que pueda expenderse en ella la cantidad de trescientos reales, sin permitir en esta ocasión otros gastos, ampliando al Predicador que fuera en esa festividad, para remuneración de su trabajo, cuarenta reales a los sesenta que se acostumbraba a dar.

Era costumbre que los Hermanos elegidos para desempeñar los oficios de Capitán, Alférez y Sargento dieran, a título personal, una invitación al resto de los Cofrades. Las reuniones celebradas con este objeto, llamadas “ranras”, se hacían en el domicilio de alguno de estos cargos. En ellas bebían los reunidos la típica zurra, y eran distribuidos el tradicional “puñao” de garbanzos tostados y los dulces caseros elaborados para la ocasión. Las “ranras” se mantuvieron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, e incluso fueron recogidas y autorizadas por las Constituciones de 1848: Los obsequios que el Capitán, Alférez y Sargentos hacen a sus Cofrades seguirán como hasta aquí según la costumbre, (Constitución décima nona), pero, por causas que señalaremos en la parte dedicada a la cofradía en ese siglo, fueron suprimidas por la junta directiva en la asamblea general del día 28 de agosto de 1865. La Junta estaba integrada por el Cura Párroco, don Telesforo Alarcón, como Presidente; el Capitán Ángel Lodares; el Alférez, Eustasio Ramírez; y los Sargentos Francisco Bustos, Simón Campayo, Zeferino Cruz, Leonardo Sánchez, Emilio Sáez, Eduardo Granero, Brígido Izquierdo Collado y Pablo Notario, como vocales.

Además de esta costumbre, también fue abolida en su día la norma en virtud de la cual, el Capitán y el Alférez debían pagar al tambor y al dulzainero si tenían el gusto de que estos músicos, contratados para actuar en las procesiones, les acompañaran cuando trasladaban la rodela y la bandera desde la iglesia a sus domicilios.

Durante el siglo XVIII la cofradía sólo organizaba las funciones religiosas, según era norma constitucional en todas las Hermandades de la época. A pesar de ello, algunas quebrantaban tales disposiciones organizando festejos populares, como ocurrió en los años 1700 y 1701 en las fiestas patronales de San Bernabé, y en las del Corpus Christi. Tanto la cofradía del Apóstol como la del Santísimo Sacramento, las celebraron, cada una en su día, por todo lo alto. Para ambas Hermandades se compraron tres toros por un importe de mil seiscientos cincuenta reales de vellón. Al año siguiente organizaron representaciones teatrales: Las comediantas Águeda, Isabel y María del Castillo fueron ajustadas en 875 reales y medio para representar tres comedias el día del Corpus y una el día de San Bernabé. La manutención de las cómicas, corrió a cargo de los Mayordomos durante los días de los ensayos de las obras de su repertorio elegidas para ser representadas, mientras que la Cofradía sólo abonó los gastos de las comidas, bebidas y colaciones del día de la fiesta. En el mes de marzo de 1.702, el Prior don. Eugenio Díaz Navarrete, en su Visita de Inspección General, después de revisar las cuentas de la cofradía, prohibió tales excesos, a través del correspondiente Auto.

Tras esta llamada de atención del Gobernador Eclesiástico del Priorato, todas las Cofradía cumplieron lo dispuesto en sus Constituciones sobre los festejos populares. Aún habían de transcurrir ciento cincuenta años para que la Hermandad de Nuestra Señora del Roble organizara corridas de toros en las fiestas en honor a su Patrona, para lo cual puso en práctica un procedimiento especial para allegar a los fondos necesarios, sin contravenir lo dispuesto por sus Estatutos.