MI PUEBLO
Mi pueblo se encuentra rodeado de tierras suaves y severas, con colores tersos y trazos suavemente perfilados. Entre sus rastrojeras y barbechos, en sus nobles caserones con pétreo escudo de armas, no se da el tipismo y el folklore de la sangría, de las castañuelas y de la paella en lata.
No tiene nombre altisonante como el de otros que delimitan una geografía, explican una raza o distinguen a un país. Pertenece a la provincia de Cuenca y está enclavado en tierras que nada tienen que ver con la Alcarria. Aquí ya no se dan las coníferas de la familia de las pináceas, el esbelto pino; ni con la Serranía, áspera y fragosa, de profundos barrancos y deliciosos valles, ricos en aguas exquisitas y en frondosa vegetación. Sus tierras son de secano, donde se señorea el trigo y la cebada, secundados por la recia viña, el perenne olivo y los vistosos girasoles, cuyos frutos requieren paciencia y tesón, habilidad y abnegación.
Su perfil geográfico es llano, como preludio de las vecinas llanuras de La Mancha, tan extensas, monótonas y esteparias, cruzado en todas direcciones por una complicada red de serpenteantes caminos, polvorientos en verano, embarrados en invierno, calzada en todo tiempo de pacíficos rebaños, y apenas regado por algún modesto riachuelo que, como avergonzado de su insignificancia, trata de disimular su cauce deslizándose por entre juncos y cardonchas. Por eso, la vegetación es pobre, de ciclo vital corto. Aprovecha la bonanza de la primavera para crecer y perpetuarse. En esa época, la amapola o ababol luce sus flores escarlata con los pétalos manchados de negro violáceo en la base y, junto a la tamarilla, la mazanilla silvestre, la pimpinela blanca y el diente de león, adorna los linderos de los caminos; el hinojo y otras especies de florecillas amarillas, blancas o azuladas, puntean el verdor de los sembrados y, todas, en ordenado desorden, componen una inigualable sinfonía en color, degustada solamente por espíritus observadores y sensibles. También, en esas fechas, en los carrascales y calveros, las laboriosas abejas buscan y liban con avidez el néctar de las inflorescencias del espliego, del tomillo y del romero, ajenas al vuelo rasante de la perdiz y el ágil correteo de los conejos por entre los matorrales.
Mi pueblo no está metido entre montes y peñascos. Es tranquilo, con ruidos tenues y agradables. En él no cabe el atolondramiento ni el sofoco. Cuando cansado y aturdido regreso de las aglomeraciones y abandono el bullicio de la ciudad, en esta tierra dura y reseca me pongo en contacto con la naturaleza. Aquí se encuentra la paz y el sosiego si se gusta de la vida sencilla del campo, de la contemplación, de la soledad, del agua que sabe a agua, del vino que no sabe a agua, del aire sano.
No ha tenido mi pueblo mentores de ringorrango. Las plumas literarias poco le han hecho, .nadie ha sabido ver aquí a otro hidalgo que luchara contra los molinos. No porque no los tuviera, al contrario, incluso dieron nombre a un cerro en el que aún pueden verse las ruinas de los que allí existieron.
Mi pueblo, que nunca ha sabido pedir nada, que no ha reivindicado una atención estatal, que no ha dicho oste y moste, sigue en el silencio de su vida cotidiana, llena de laboriosidad... .
JMR